Acompáñame, soledad,
cuando nadie viene
y todo se va.
Siéntate junto a mí
y comparte mis dudas,
mi llanto y mi tempestad.
Recuéstate en mi hombro,
y ahí, donde duele el corazón
limpia las heridas de mis clavos.
No me dejes, y no me des la mano,
no me hables de futuros
que quiero llorar el pasado y al final gritarlo.
Déjame saborear hasta el sollozo,
mi corazón cenizas y acelerado;
enterrarlo para resucitar.
Ven, soledad,
camina conmigo,
con las piedras en mi espalda que no dejan de pesar.
Sólo tú que siempre presente estás
y no pides nada a cambio;
dueña de cada centímetro de mi espacio.
Si puedes, responde porqué,
cómo
y hasta cuándo...