Diana Navarro

2 de enero de 2014

Jardinero


Soy como el jardinero de una flor que perfuma,
que cautiva y embruja con su olor.
Y que con sus pétalos te envuelve
y arrulla tu amor.

Le sirvo a las espinas de su tallo,
por miedo a que le envenenen el corazón.
Y a veces, a voluntad de su capricho,
silencio mis labios sin pedir explicación.

No es mía esa flor, yo sólo le amo con amor limpio,
y le acomodo su tierra,
la riego algunas veces sin permiso,
y desde lejos (a veces más lejos que otras veces), le pido a Dios que no tenga frío.

Tengo cuidado al cantarle, pues puedo entorpecer su camino,
la lleva el viento y navega a voluntad,
yo soy siervo cuando viene...
luego la ventisca se la vuelve a llevar.

No me pertenece ni su olor, ni sus labios,
ni los pétalos de su cuerpo.
Yo sólo soy un jardinero
y ella es flor de otro jardín rodeado de cercos.

Tengo (sin que ella lo sepa)
guardado un florero en el corazón,
esperando que aquél ventarrón algún día
la coloque dentro y sean su hogar mis versos.