Te esperé a las 10 de la mañana,
luego a las 11 y así hasta las 3;
y nunca dijiste nada.
Esperaba -por lo menos- que mintieras.
Para que pareciera que me amabas,
para que nadie excepto yo, te creyera.
Pero soy como algo parecido a la nada,
y "no pasa nada";
y ni te vas, ni te quedas.
Te esperé -como ya me es costumbre- recostada en mi cama.
Las horas pasan, la noche pasa,
la duda se queda.
Silencio.
Eres grito y silencio.
Y estruendo cuando te pienso.
Te esperé
aunque ya no espero a que llegues por la mañana:
ni al medio día, ni cuando te llora mi alma.