Diana Navarro

29 de septiembre de 2013

Pintando flores


Despréndeme el alma,
desnúdame el pecho,
yo iré pintando flores
por todos tus sentimientos.

Y no son las palabras,
esas confunden,
sobran;
se las lleva el viento.

Es la luna y su reflejo,
entre las nubes,
entre tu noche y la mía,
entre los "te extraño" que no se dijeron.

Y entre lo que hemos callado
y que golpea el pecho,
que se sale por los ojos
y no lo borra ni el tiempo.

Así con mis pinceles
-o con los dedos de mis manos si prefieres-
iré dibujando cada uno de mis latidos
hasta que de mí -y sólo de mí- te llenes.





21 de septiembre de 2013

Mucho qué decir

Te me deslizas cual gota de lluvia en mi espalda:
lenta, serena 
 y fresca
en mi piel seca.

Y  mis dedos ansiosos de ti, 
callan mi boca,
para no gritarte mi angustia;
me vuelvo loca.

Nada que decir,
entre más distancia
te siento más cerca;
y el alma más se me alborota.

Y me duele todo -todo-,
del corazón a los pies.
Desde la sombra
hasta el silencio que te ve y te toca.

Mucho qué decir, 
es el "buenos días"
es la lluvia,
es la luna en luna llena.



12 de septiembre de 2013

Me habitas



Me habitas
en el corazón
y en el espacio de mi cama
que se siente vacía.

Me dijiste que para acercarme  a tu piel
sólo necesitaba poesía,
y heme aquí
escribiéndole a tus pies y a tu sonrisa.

Son mis líneas un pretexto
para encontrarte,
para decir lo que te quiero decir;
para guardarte.

"Fuiste hecha para mí,
para siempre",
me gusta pensar todo el tiempo
y algunas veces.

Fuiste hecha a mi medida
con los errores y aciertos;
con los defectos
y la virtud que llevas dentro.

Y soy cobarde  -lo sé-
por intentar tocarte con palabras
y no con mi cuerpo; pero me habitas,
es cierto.

1 de septiembre de 2013

Te esperé



Te esperé a las 10 de la mañana,
luego a las 11 y así hasta las 3;
y nunca dijiste nada.

Esperaba -por lo menos- que mintieras.
Para que pareciera que me amabas,
para que nadie excepto yo, te creyera.

Pero soy como algo parecido a la nada,
y "no pasa nada";
y ni te vas, ni te quedas.

Te esperé -como ya me es costumbre- recostada en mi cama.
Las horas pasan, la noche pasa,
la duda se queda.

Silencio.
Eres grito y silencio.
Y estruendo cuando te pienso.

Te esperé
aunque ya no espero a que llegues por la mañana:
ni al medio día, ni cuando te llora mi alma.