Diana Navarro

31 de enero de 2014

Secreto a voces

Desde cualquier rincón que yo me asome,
incluso desde mi propia trinchera,
todo lleva tu olor y tu nombre.

Yo me escondo entre mis sombras,
entre los miedos,
entre las multitudes y los hombres.

Pero no me alcanza,
desde lo remoto de mi ser apareces tú,
alumbrando mi cueva con tus luces y colores.

No importa los caminos que tome,
ni tirando el mapa en una botella al mar,
ni yéndome al mismo infierno.

Rompes también las barreras del tiempo,
del espacio,
es tu recuerdo del que me alimento.

Quiero mi soledad y tú desde lejos la absorbes,
no me dejas morirme,
ni te dejo que te asomes.

Tengo un corazón desvalido,
no le ayudo ni dejo que lo salves;
soy un caso perdido.

Yo corro -no sé si de ti o de mí
o de lo que sé que somos-,
y entre más lejos, mi alma más te reconoce.

Eres un secreto a voces,
porque aunque yo te esconda
el corazón me grita tu nombre.


6 de enero de 2014

Acompáñame, soledad

Acompáñame, soledad,
cuando nadie viene
y todo se va.

Siéntate junto a mí
y comparte mis dudas,
mi llanto y mi tempestad.

Recuéstate en mi hombro,
y ahí, donde duele el corazón
limpia las heridas de mis clavos.

No me dejes, y no me des la mano,
no me hables de futuros
que quiero llorar el pasado y al final gritarlo.

Déjame saborear hasta el sollozo,
mi corazón cenizas y acelerado;
enterrarlo para resucitar.

Ven, soledad,
camina conmigo,
con las piedras en mi espalda que no dejan de pesar.

Sólo tú que siempre presente estás
y no pides nada a cambio;
dueña de cada centímetro de mi espacio. 

Si puedes, responde porqué,
cómo
y hasta cuándo...



2 de enero de 2014

Jardinero


Soy como el jardinero de una flor que perfuma,
que cautiva y embruja con su olor.
Y que con sus pétalos te envuelve
y arrulla tu amor.

Le sirvo a las espinas de su tallo,
por miedo a que le envenenen el corazón.
Y a veces, a voluntad de su capricho,
silencio mis labios sin pedir explicación.

No es mía esa flor, yo sólo le amo con amor limpio,
y le acomodo su tierra,
la riego algunas veces sin permiso,
y desde lejos (a veces más lejos que otras veces), le pido a Dios que no tenga frío.

Tengo cuidado al cantarle, pues puedo entorpecer su camino,
la lleva el viento y navega a voluntad,
yo soy siervo cuando viene...
luego la ventisca se la vuelve a llevar.

No me pertenece ni su olor, ni sus labios,
ni los pétalos de su cuerpo.
Yo sólo soy un jardinero
y ella es flor de otro jardín rodeado de cercos.

Tengo (sin que ella lo sepa)
guardado un florero en el corazón,
esperando que aquél ventarrón algún día
la coloque dentro y sean su hogar mis versos.