Diana Navarro

16 de abril de 2020

Domingo


Es domingo en la mañana.
Abro los ojos y estás a mi lado.
Hoy viste la última estrella que se demoraba en partir
y aun así, recién despertada
dirigiste una sonrisa para mí.
Como si el amanecer de mis ojos fuera tan hermoso
como el que está crudo la ventana.

Me incorporo
despeinada
sedienta y sin potencia
te digo que también te amo.
Aunque no lo hayas dicho con palabras
se lee en tus labios;
así que me acero a ellos para corroborarlo.

No hay más que ese momento
de domingo recién estrenado.
Estoy en mi hogar
y no me refiero a las paredes que me cubre por los lados
sino al regazo seguro de tus brazos.
Donde crezco, sueño, me alimento y me aprendo.

Afuera los carros
el que vende pan
los perros paseando y la gente en la iglesia.
Ninguno de esos tiene el tesoro que yo tengo.
Y lo sabes.
No solo porque es domingo y tengo más tiempo para demostrarlo.
Eres mi semana, mi mes, mi año;
pero hoy estamos aquí
en domingo por la mañana
a la merced de los primeros rayos de sol sobre nuestra cama.

¡Qué bonita palabra!
<<Nuestra>>
El pronombre en primera persona del singular de los posesivos.
Dice, sin tanto tecnicismo
que lo que tú y yo compartimos
se hecho uno solo, la misma cosa.
Para que estemos así
esta mañana de domingo.

Aguaribay


Bajo aguaribay bailas
descalza, sin miedo y sin prisa.
Manos al viento
y cadenas sincronizadas al tararear.
<<¡Viva la vida!>>
imagino que dices
mientras me invitas a moverme al compás.
Prefiero cantar
para ti y para el vaivén que me muestras.
Así te contemplo y aporto a tu andar.
Un, dos, tres
arriba y abajo
y el mundo mejoró al sentir tus pies en el pasto.
Porque eres más humana.
Porque eres plena.
Porque bailas sin que nadie te lo pida pero lo compartes.
Porque es conmigo aunque no por mí.
Porque no te poseo; ni a ti ni a tu baile.
Y sin embargo me lo entregas orgullosa de tus pasos
y respiro del aire que desplazas con los brazos.
Eso basta.
Eso es más de lo que la crudeza de la vida ofrece.
Eso es más que suficiente.
El amor libre
y las manos agitadas.

13 de abril de 2020

Tumba

En el cementerio de mi cama.
Muerto el sueño.
Muerta la Luna.
Muerta la noche.

Muerto el abrazo.
Muerto el orgasmo.
Muerto el rastro.
Muerto el porvenir.

Muerto el reposo.
Muerta la sábana.
Muerto el arrullo.
Muerta la almohada.

Vivo tu recuerdo
y el anhelo
de lo que fuimos ahí.
A la tumba no le he puesto nombre. 

11 de abril de 2020

Testamento


Adiós.
Te dejo algunas cosas.
Creía que servían
hasta hoy.
Las dejo porque te pertenecían
aunque ya no las quieras;
si ni a ti ni a mí nos son de utilidad
déjalas irse, apagarse, envejecer
y que mueran.

La primera de ellas, una carta
con mucha tinta pero ya sin significado.
Déjala guardada
porque sus palabras, aunque con remitente, ya no tienen destinatario.
No les abras el sobre
que de pronto me alcanza mi pasado.

La segunda, una canción
ya repetida, desafinada y sin voz;
por dedicarse a oídos sordos ya no sonó.
Y aún así dice muchas cosas (te amo, te extraño, vuelve, aquí estoy)
ninguna tiene ni eco
ni valor.

La tercera es una flor
del color que tú quieras.
Cosa de nada, en tres días se seca y no vuelve a retoñar.
Corta su raíz
tómala de los pétalos
déjala fuera del agua y ponla al sol.

La siguiente, es mi voz
para que finalmente mi garganta ya no pueda mencionar tu nombre
ni gritar de dolor.
Quiébrala más
apaga su color
y vuélvela viento que no estorba.

Y en lugar último, el corazón
el que menos ha importado.
Así que da igual dónde lo pongas
lo dejo para asegurarme que no te llevo en las venas
ni en el pecho
a dónde sea que ahora voy.

Que no te falte la risa
ni el amor
venga de donde venga.
Es el testamento
-el peor de la historia-.
Se acabó.

8 de abril de 2020

Los otros cuerpos

Cuando me callo, me miro
aun sin espejos
aun en lo oscuro.
Mis ojos se van para adentro cuando estoy solo conmigo;
invisible es como existo.

Sin el otro
y sin su sucio rastro
que al hablarme contamina lo que llevo
y que con astuta lengua señala
hasta la forma en que camino.

No soy mi nombre
ni mi edad, ni mi nacionalidad.
No definas lo que ni siquiera eres capaz de imaginar.
Entre los otros cuerpos, los otros ojos, las otras caras,
soy los latidos en mi pecho y mis manos al actuar.