Diana Navarro

26 de junio de 2015

¡Mamá, me sigue la muerte!

¡Mamá, me sigue la muerte!
La veo en cada esquina
no sé dónde esconderme.
Merodea por mi mente
y juega con mi corazón.
Se azota violentamente
en mi pecho, en mi interior.

Hoy la he visto,
flaca y titubeante
en los huecos ojos de mi padre.
Ahí se posaba
y yo no quise mirar la túnica helada
que cubría su mirar.

Y la he visto otras veces
en los ancianos por las calles.
Ella los acompaña
esperando el momento para llevarles.

Y en los niños que merodean por la ciudad
aquellos sin Dios justo 
y sin padres;
sin motivos ni sueños
para despertar.

¡Mamá, sálvame de ella!
Le intento escapar y siempre -no sé cómo-
regresa.
Guárdame en tu vientre, madre
yo quiero esconderme de la muerte
y de ti resucitar.

9 de junio de 2015

¿Te acuerdas?


Escribiría de ti pero es que no me acuerdo.
No me mal interpretes, no es que te haya olvidado
es que el tiempo nos ha cambiado tanto.
He intentado y nada llega a mi mente
sólo el pecho golpetea y se estremece.

Lo poco que recuerdo es tu sonrisa dulce
y tus palabras honestas.
Los destellos de tus ojos
y vagamente
algunos de nuestros mejores días de primavera.

Yo me acuerdo que mi corazón se quedó postrado
esperando pero no sé qué cosa
y de pronto un día
sin saber la hora
fue como si le hubiesen dado un balazo.

Tal vez fue eso:
que al morirse se quedó sin memoria
o quizá fue la asfixia
de tantas palabras
de tanto amor con dedicatoria.

Y seguramente yo he cambiado en algo
(o en mucho, o en todo)
tanto así que es posible que al mirarme
no me reconozcas...
¿pero será que algunas noches de mí te acuerdas?

Yo sigo siendo esa mujer de pies pequeños y cuerpo delgado.
Tengo todavía la costumbre de mirar las estrellas
y escuchar música de piano.
Me gustan todavía las flores y el té chai (pero no helado).
¿Te acuerdas?

Vaya que te he extrañado
y estoy segura que aunque no te conozco
sigues siendo un bello retrato
hermoso a tu modo
e inalcanzable a mis manos.